En Vancouver, un innovador proyecto de agricultura urbana está demostrando cómo es posible combinar inclusión social, sostenibilidad y producción local de alimentos en el corazón de la ciudad.La iniciativa, liderada por la organización sin ánimo de lucro Sole Food Street Farms, ha transformado terrenos urbanos infrautilizados en huertos que abastecen a algunos de los mejores restaurantes de la ciudad.

Estos huertos móviles utilizan un sistema de jardineras elevadas sobre palets, permitiendo el cultivo sin contacto con el suelo. Cuando en 2009 plantaron las primeras hortalizas en unos maceteros que colocaron en un parking abandonado de Downtown Eastside, un barrio empobrecido de Vancouver (Canadá), no imaginaron que el proyecto iba a transformarse en una referencia mundial de agricultura urbana. Consiguieron reverdecer el asfalto con tomates cherry, calabacines, remolachas, judías, pepinos y acelgas. Los vecinos, escépticos en un principio, aprendieron el oficio de trabajar la tierra. Los cultivos empezaron a brotar. Y el proyecto, con el respaldo del Ayuntamiento y la autorización de los dueños de los terrenos en desuso, creció. Este año, 4.000 contenedores portátiles colocados sobre el pavimento en grandes baldíos producen más de 30 toneladas de frutas y verduras.

Pero su impacto va más allá de la producción agrícola: el proyecto ofrece empleo y formación a personas en situación de vulnerabilidad, especialmente aquellas que enfrentan barreras para acceder al mercado laboral, con antecedentes de drogodependencia o en situación de exclusión social. Este modelo de empresa social no solo promueve la economía local y reduce la huella de carbono al acercar la producción al consumo, sino que también actúa como herramienta de inclusión y empoderamiento comunitario. Al integrar principios de la economía solidaria, como la justicia social, la sostenibilidad ambiental y la participación democrática, Sole Food Street Farms se ha convertido en un referente de cómo la agricultura urbana puede ser un motor de cambio en las ciudades.

La experiencia de Vancouver ofrece valiosas lecciones para otras ciudades que buscan alternativas al modelo agroalimentario industrial, demostrando que es posible cultivar alimentos de calidad, generar empleo digno y fortalecer el tejido social desde una perspectiva de economía solidaria.

¿Se puede replicar en España?

El sociólogo y experto internacional en soberanía alimentaria, José Luis Casadevante ‘Kois’, lleva años trabajando en distintas iniciativas comunitarias ligadas a la agricultura urbana. Acaba de publicar Huertopías (Capitán Swing), un libro que invita a reflexionar sobre las ciudades del futuro, más ancladas al ecourbanismo –clave en la adaptación a la crisis climática– que a la revolución de la Inteligencia Artificial y los centros de datos.

Casadevante habla de Sole Food Street Farms como un caso de éxito en el plano internacional. A nivel técnico, de conocimientos y habilidades, se trata de un proyecto “muy replicable” en España. El problema, explica, radica en el diseño de nuestras ciudades, “mucho más compactas” que las americanas y con menos “vacíos urbanos”. Esto hace que el suelo sea un elemento de fuerte disputa por su alto valor económico. Aún así, hay algunos proyectos «que apuntan en la buena dirección».

Uno de ellos es Barrios Productores, del Ayuntamiento de Madrid, vigente desde 2021, que tiene un objetivo similar al de Vancouver: transformar los espacios libres de la urbe en terrenos cultivables. Hay cinco parcelas adjudicadas, pero todo el proceso administrativo está paralizado por el incumplimiento de las obras de adecuación de los terrenos. “Es una apuesta muy innovadora, pero corre el riesgo de caerse”, lamenta Kois.

Otro es el proyecto Huerto Hermana Tierra del Servicio Capuchino de Desarrollo, en El Pardo (Madrid), donde las personas de origen migrante logran regularizar su residencia a través del trabajo en una finca de productos agroecológicos, un terreno de 12.000 metros cuadrados.

Por último, otra iniciativa inspiradora está en Vitoria, Koopera, impulsada por Cáritas. Se trata de huertas solidarias utilizadas para incluir a personas en riesgo de exclusión–migrantes, en su mayoría– a través de la plantación, recolección y venta de productos hortofrutícolas. Las frutas, hortalizas y verduras se cultivan en el antiguo huerto de un convento. Lo producido se pone al alcance de los ciudadanos en el puesto del Mercado de Abastos de Vitoria-Gasteiz.

“El poder de la agricultura urbana –resume este sociólogo– no hay que medirlo por la cantidad de gente que da de comer, sino por la cantidad de gente que permite conectar con una sensibilidad diferente en materia alimentaria. La alfabetización agroecológica tiene mucho poder transformador”.