«La nostalgia y la utopía son, bien miradas, dos caras de la misma moneda». Lo dice Grafton Tanner en su ensayo Las horas han perdido su reloj. Aviso que no me ha gustado mucho el libro (mezcla demasiados temas alrededor de una definición vaga de nostalgia y no propone nada con consistencia), pero como punto de partida para pensar es bastante sugerente.
Lo que me interesa de Tanner es que habla de cómo la nostalgia nos lleva a lugares reaccionarios. Cuando tenemos demasiada incertidumbre o no nos gusta cómo vemos nuestro presente y nuestro futuro, nos refugiamos en recuerdos del pasado y les aplicamos todos los sesgos cognitivos que sean necesarios hasta convencernos de que antes todo era mejor, más brillante, más bonito; o, al menos, más comprensible y manejable, más propio. Como cuando los señoros dicen que en los 90 las ciudades españolas eran más seguras: recuerdan con cariño su juventud, se olvidan de la heroína y los skinheads, y de ahí llegan a abrazar discursos contra la inmigración.
Tanner también habla de la nostalgia por la tecnología en sí: ya no es solo que quieras volver a ver Los Goonies ─o cualquier otra película que te pareció mítica en tu infancia─, sino que te encantaría verla proyectada en un cine, en una sesión especial con ambientación ochentera. Quieres volver a ese mundo y fingir que es exactamente igual que era entonces para borrar todo lo problemático que te ha sucedido después.
La internet antigua no va a volver
He pensado mucho en la nostalgia de internet mientras leía el libro. Quizá porque también me topé con un post de Antonio Ortiz que dice que la generación que nos sumergimos en internet a finales del siglo pasado estamos viviendo «nuestro momento reaccionario». Cuando éramos jóvenes teníamos blogs y nos flipamos con las gestas de hackers o el periodismo ciudadano o los cibermundos revolucionarios, y ahora nos hemos enfadado porque «no salió como queríamos». (No sé si vosotres que me leéis seguís siendo jóvenes, yo es que este año cumplí 40).
No tengo duda de que hay cierto componente generacional en todo esto. Rechazamos códigos culturales que nos resultan ajenos, no los comprendemos y tendemos a pensar que son peores. Querríamos volver a una internet en la que la acción coordinada de mucha gente podía torcerle el brazo a grandes empresas y gobiernos, en la que todo parecía gratis y por estrenar, en la que aún era posible ser la primera persona en hacer algo y por tanto ganar una pasta con ello… o, simplemente, en la que podías escribir pamplinas sin temer por tu vida laboral o reputacional.
La nostalgia nos lleva a actuar a partir de asunciones que ya no se ajustan al presente. En los últimos días lo he visto con la detención de Pavel Durov, el CEO de Telegram, en Francia. La reacción mecánica de les nostálgiques de la internet antigua es clamar contra el gobierno francés por el ataque a las libertades… Y, bueno, no se me escapan las aristas geopolíticas de detener a un ciudadano ruso, pero estamos hablando de un tipo que se niega a colaborar con la justicia de países democráticos para investigar pornografía infantil, estafas y otras cosas chungas de las que esperamos que nuestros gobiernos nos protejan. Durov no es un nuevo Assange. Está más cerca de Elon Musk.
(Inciso: lo siento, si yo he tenido que ver el Instagram de Durov, vosotres también: mirad esto).
Por supuesto, las inercias nostálgicas no quitan legitimidad a la mayoría de las críticas que hacemos a la internet más tóxica y su devenir turbocapitalista. Y tiene sentido querer recuperar las actitudes y los proyectos que nos gustaron en el pasado, pero siempre actualizándolos en relación al presente que vivimos y los futuros que queremos.
La gente no está desinformada, simplemente tiene otras prioridades
Una cosa que con toda seguridad no quiero que vuelva es aquel elitismo rancio, con tintes machunos, de las comunidades del software libre. Aquella gente que te miraba por encima del hombro por no usar Linux, o porque habías tardado demasiado tiempo en pasarte a Linux, o porque lo usabas en una versión user-friendly y no en aquellas distribuciones tuneadas para ser más oscuras.
Una vez fui a la mayor convención de hacking político de Europa, el Chaos Communication Congress, en Berlín, y lo que recuerdo es que me pasé los cuatro días aprendiendo diversas y paranoicas maneras de conectarme a la wifi ─esto fue antes de tener datos en el móvil─ desde el terminal de comandos. Si no lo hacía así, la gente que tenía a mi alrededor iba a entrar en mi ordenador y a dejarme en ridículo. En la internet del pasado había personas ─en su mayoría hombres cisheteros, obviamente─ cuyo activismo consistía en guardar las esencias puras y fomentar que la gente no techie acabáramos desesperades y nos pasáramos a plataformas empresariales más amables.
Si dejamos nuestros blogs y nos fuimos a las redes sociales comerciales, no es porque fuéramos ingenues y confiáramos en que nos las estaban dando gratis. Al menos quienes teníamos algo de conciencia de lo que viene siendo el capitalismo veíamos claro que aquello tendría gato encerrado, pero es que realmente nos hacían la vida más fácil. O era más divertido, o más inmediato, o menos demandante que aquellas movidas del software libre. Igual que cuando pillas un Uber sabes que es el mal, pero, oh, es que es tan cómodo…
También me he acordado de esto en los últimos días en Mastodon: lamentablemente, han pasado delante de mis ojos mensajes que criticaban a quienes siguen en X como si fueran inconscientes, o cómplices de un régimen nazi. También he leído a quien dice que «mejor que no vengan» (la gente que sigue cociéndose en el caldo nazi), que estamos aquí mejor siendo poquites, con algo de superioridad moral incluida.
Las personas (medianamente sensatas) que, todavía hoy, usamos redes sociales comerciales sabemos donde estamos. Puede que a algunas les falte información detallada sobre las corporaciones tecnológicas, pero diría que ya todes sabemos lo de los datos y la privacidad, y que Elon Musk es el horror. Hay quien sigue en X porque tiene mucha red ahí, porque su trabajo o su capital social dependen de ello, porque tiene aprecio a gente a la que lleva años siguiendo, porque una vez lo intentó con Mastodon y le pareció que era demasiado lío… Tenemos nuestras razones, y no nos vais a convencer insultándonos.
Toca cuestionar muchas inercias
Las inercias no solo nos arrastran a quienes estamos rabiando porque internet «no salió como queríamos». En todos lados escasea la revisión de dogmas. Por ejemplo, hay gente que argumenta que hay que seguir en X porque no podemos renunciar a ese escaparate de visibilidad, sin tener en cuenta que la mayoría de esa visibilidad ya la hemos perdido. Quien mire métricas habrá notado que el alcance ya no depende de generar contenido interesante, sino de pagar una cuenta Premium (no te puedes fiar mucho de los números sin auditar que te da la propia plataforma, pero sí ves que han bajado dramáticamente las interacciones). Además, sabemos que el algoritmo prioriza lo que le interesa a su dueño (sí, hay pruebas) y esconde lo que no.
En realidad, X es el ejemplo más extremo, pero hace ya tiempo que en las plataformas comerciales se acabó la época en la que te podías hacer famose con ingenio y un poco de suerte. Ahora necesitas bastante dinero para invertir en publicidad, producir contenido muy cuidado y, probablemente, falsear una «comunidad» de fans que te den mucho engagement. Si quieres llegar a audiencias masivas y mainstream, claro, porque siguen quedando estrategias que pasan por nichos y comunidades más delimitadas. En una instancia catalana del fediverso, Fedicat, están teniendo un debate muy interesante sobre métricas que sirvan para valorar el «éxito» en redes en términos más de calidad que de cantidad.
Otra cosa que pensamos por inercia mental es que vale con dar mucha chapa en redes sociales para incidir en la opinión pública. Nos han contado tantas veces que Trump lo petó con sus tuits que nos parece que ya con eso valdría. Pero no, la derecha reaccionaria crece por una estrategia coordinada que pasa por redes mainstream pero también por foros más cerrados e íntimos (4chan, Forocoches, canales de Telegram, etc) y webs de fake news, además de tácticas offline: colocar tertulianos afines en todas las televisiones, colar narrativas en los principales periódicos de derecha y de centro, poner las políticas culturales públicas al servicio de su propaganda en cuanto tocan poder, politizar los sermones de la misa de los domingos…
En fin, que si lo que queremos es librar la batalla cultural, tenemos que entenderla de manera bastante más amplia. Y como está claro que no tenemos los recursos (principalmente económicos) para montar todo eso, igual hay que revisar la relación coste-beneficio de cada tipo de táctica, reequilibrar esfuerzos y probar cosas nuevas.
Tengo muchas más ideas sobre el colapso de X, pero no me quiero enrollar más. Algunas se las conté a Pablo Elorduy para este fantástico reportaje que publicó en El Salto: «X puede ser una víctima de la guerra que Elon Musk tanto desea».
El reto es contarlo de una manera que tenga sentido
Como ya he dicho, hay mucha gente que no es reaccionaria, ni tampoco fan de las grandes corporaciones estadounidenses, que sigue en sus plataformas porque les sigue pareciendo que les compensa. En la izquierda tendemos mucho a echar broncas, y muy poco a construir narrativas atractivas y apeladoras. Hay que contar todo esto del colapso de las big tech de una forma que resulte deseable irse a Mastodon (o enviar mails desde servidores seguros, o pasar de ChatGPT, o cualquier otro gesto para escapar del capitalismo de datos).
En esta línea, me ha gustado mucho este vídeo que han publicado este fin de semana les compañeres de Pantube. Es muy de nicho, claro, te gustará si me lees desde una okupa o un huerto vecinal, pero es que tengo la intuición de que tenemos que cuidar nuestras comunidades y alimentarlas muy bien, en lugar de estar siempre pensando en el mainstream y las relaciones ultralíquidas.
Mientras escribo, está pasando esto: X ha sido prohibido en Brasil (por motivos parecidos a la detención de Durov, y por supuesto también con un trasfondo político) y ha habido un desembarco masivo de brasileñes en el fediverso. ¿En Mastodon? Bueno, los números no están claros, pero parece que han llegado más a Threads (la app de Meta que está empezando a adoptar el mismo protocolo que Mastodon) y a Bluesky (la propuesta descentralizada de Silicon Valley, como ya expliqué aquí). En Mastodon hay debate porque parece una oportunidad perdida. Y su creador, Eugen Rochko, ha recordado que no tienen equipo de marketing y ha zanjado así: «Si queréis que el fediverso crezca, contádselo a vuestros amigos».
Yo os lo estoy contando a vosotres, pero espero que el equipo de Rochko (hasta donde yo sé, todos programadores) se dé cuenta de que para crecer también hay que invertir en comunicación. Y quienes se lo vayamos a contar a nuestres amigues también tenemos que pensar cómo hacerlo.
Del 4 al 6 de octubre, en Bilbao, tendrá lugar el encuentro Comuness, organizado por la Red de Economía Alternativa y Solidaria ─ REAS Euskadi. Me han invitado a dar una charla-taller con el título «Fediverso: nuevas herramientas para nuevas narrativas». Todavía no sé cómo lo voy a enfocar pero va a ir por ahí.
Mientras lo voy pensando, sigo con la gira
Antes de Bilbao, este mes de septiembre voy a hablar de Las redes son nuestras en varias ciudades:
- Sábado 14, en Lisboa, en la Livraria Snob, con Maribel Sobreira y João Ribeiro (Shifter).
- Miércoles 18, en Madrid, en Traficantes de Sueños, con Margarita Padilla.
- Jueves 19, en Zaragoza, en La Montonera (todavía por confirmar con quién).
- Jueves 26, en Santiago de Compostela, no es una presentación del libro, sino una mesa sobre «infraestructuras culturales digitales» con Patricia Horillo (Wikisfera) y Núria Alonso (Canòdrom). Será dentro del X Encuentro Cultura y Ciudadanía, que tiene una pinta estupenda.
¿Nos vemos por ahí?