Begoña Zabala: Creo que podemos empezar por hablar de qué son los cuidados para ti desde el punto de vista feminista. Me gustaría que nos hicieras como una explicación de iniciación para saber de qué estamos hablando y si podemos conseguir cierta homogeneización en el lenguaje.
Amaia Pérez Orozco: Creo que hoy día cuando hablamos de cuidados desde los feminismos lo estamos haciendo con distintos sentidos. No plantearía que uno sea correcto y el otro incorrecto; lo relevante es aclararnos y saber de qué mirada estamos partiendo cada quien.
Por un lado, a veces usamos la idea de los cuidados como una vía de entrada para impugnar el sistema en su conjunto, preguntándonos si el sistema pone, o no, los cuidados en el centro. Y cuando decimos que no los pone, estamos haciendo un cuestionamiento de un sistema que no pone la vida en el centro. En este primer sentido, al hablar de cuidados hacemos referencia a una óptica del cuestionamiento del sistema que realmente quedaría mejor englobada en la idea de sostenibilidad de la vida. Desde ahí denunciamos el conflicto capital-vida y decimos que tenemos un sistema biocida.
La segunda forma de comprender los cuidados es llamar cuidados a lo que podríamos entender como la cara B del sistema. Es decir, el conjunto de trabajos que están, en primer lugar, privatizados en un doble sentido: metidos en lo privado-doméstico, en las casas; y también cada vez más en lo privado-mercantil. Además, están feminizados, porque los hacen mujeres, pero, sobre todo, porque el hacerlos se asocia a la identidad de ser mujer, a la construcción de la identidad femenina hegemónica. Y, por último, están invisibilizados en el sentido de que se les desprovee de poder político, de capacidad para cuestionar el sistema. Desde los cuidados no se construyen sujetos políticos. Estos trabajos son los que se encargan de sostener la vida en el marco de un sistema que la está atacando. Por eso decimos que son el más acá del mercado, ese ámbito privado-doméstico que está más cercano a la propia vida que los mercados; y que desde el cual se arregla la vida, sanándola de los desperfectos generados por el mercado. Son los cuidados en el marco del capitalismo heteropatriarcal; aquellos con los que queremos acabar.
Una tercera mirada es la de los cuidados entendidos como justamente lo contrario. Son los cuidados que forman parte de un horizonte de lucha y construcción, aquello que queremos poner en el centro. Son los que hacemos para cuidar la vida, pero no de forma callada y asumiendo un mandato heteropatriarcal, sin cuestionar el sistema, sino justo al contrario: cuando nos preocupamos por reconstruir la vida día a día bajo una lógica de cuidado mutuo, desde un marco de comprensión de la interdependencia y de cuestionamiento del sistema. Podríamos llamarlos cuidados rebeldes. Estos sí son los cuidados que queremos poner en el centro, porque ahora mismo están en la periferia del sistema, atacados y ahogados.
Una última forma de entender los cuidados sería la de contemplarlos como un sector más concreto, que tiene que ver con atención a la infancia y atención a situaciones de dependencia (bien por envejecimiento o bien por diversidad funcional). Esta es la idea que usamos, sobre todo, cuando hablamos en clave de políticas públicas, si bien definir sus límites es complejo. Por ejemplo, cuando los sindicatos llaman a una huelga del sector de cuidados tienen el debate de si limitarse a esos ámbitos mencionados o incluir todo lo que tiene que ver con inserción social, o sea, con la atención a personas que están en situación de vulnerabilidad por motivos socioeconómicos.
Dicho esto, todas las formas de aproximarse a los cuidados están bien; la cuestión es saber de qué estamos hablando en cada momento.
B. Z.: Podemos poner ahora el foco en los cuidados cuando están privatizados, pero dentro de la familia. Me gustaría que me hicieras un análisis de este campo en concreto. Yo veo como que hay reacciones contradictorias que se mueven entre el abandonismo y el embellecimiento de las tareas de cuidados.
A. P. O.: Esto del abandonismo me ha recordado al título de un capítulo que escribió Marisa Pérez Colina: “Como dejar de ser mujer y que nadie muera en el intento”[1]. Efectivamente, si te rebelas frente al mandato de los cuidados y no conseguimos organizarlos de modo alternativo, se deja de hacer algo que es imprescindible para mantener la vida en general y la vida atacada en el marco del capitalismo heteropatriarcal colonialista, en particular.
El feminismo durante años hizo una apuesta por la emancipación a través del empleo, por querer ese trabajo (aquel lema de “queremos un curro, trabajo nos sobra”). Se enfatizaba la importancia de tener un trabajo con reconocimiento social y, sobre todo, con contraprestación monetaria y en clave de derechos. Se pensaba que esto llevaba a la independencia financiera y, más aún, vital. Pero se pensó poco en qué hacer con la contracara del empleo: los cuidados, que son la contracara del trabajo asalariado (trabajo asalariado en sentido amplio, todo aquel que hacemos como esclavas del salario, aunque no haya un contrato formal por cuenta ajena). Las posturas se movían entre el rechazo (lo cual al final implicaba rechazar el propio hecho de reconstruir la vida) y la idealización (sin cuestionar las condiciones en que se está haciendo ese trabajo). Creo que esta pugna no se ha terminado de resolver. Queremos reconocer el valor que tienen los cuidados y el hecho de que son los trabajos que más sitúan en primer lugar la vida de la gente. Pero, al mismo tiempo, queremos hacerlo cuestionando las condiciones en que se hacen.
Por un lado, denunciamos que, si son tan importantes, no pueden ocupar la parte más invisible de los trabajos, no pueden quedar recluidos en la familia heteropatriarcal. Hoy día, dadas las condiciones en que hay que cuidar (cuidar la vida en un sistema que la ataca), solo lo haces si no te queda otra. Porque encargarte de cuidar te lleva a una situación de desposesión, en clave de falta de derechos y contraprestaciones. Todo esto se lo queremos cuestionar sin rechazar el contenido de los cuidados en sí. Aunque sí rechazamos algunas partes. Por ejemplo, nos hemos rebelado frente al mandato de tener la casa limpia como los chorros del oro. Pero la casa hay que limpiarla.
¿Cómo compaginar la denuncia de las condiciones y el rechazo a los cuidados que hay hoy con la defensa de lo que son los cuidados en su sentido más de base, el asegurar la vida? No tenemos el equilibrio bien agarrado. Por eso corremos el riesgo de meternos en una dinámica capitalista en función de la cual tendemos a sacar fuera lo que está menos valorado. Cuidar es imprescindible, bien. Pero es un marrón. Así que… compremos cuidados. Corremos el riesgo de entrar mecánicamente en una dinámica de externalizar, bien vía contratación de un servicio o de una trabajadora (lo cual es problemático incluso aunque se haga en buenas condiciones económicas, para así lavar la culpa), o bien vía exigiéndoselo al Estado.
Evidentemente, el Estado se tiene que responsabilizar de un montón de servicios que hoy no está proporcionando. Y esto debemos reivindicarlo. Pero, además de eso, de lo que se trata es de ver cómo construimos una responsabilidad colectiva en la que parte recaiga en el Estado, y parte en nosotras. Hay una parte que nos toca hacer. Para esta también reivindicamos apoyos públicos, como puede ser tener una vivienda digna. O, mejor, tener viviendas compartidas, que aligeran la carga de cuidados, porque, cuanto más metida estás en un núcleo muy pequeñito, mucho más duros son los cuidados. Aquí nos aparece la idea importante de que no sea tanto el Estado el responsable, sino que sea una responsabilidad público-común en un sentido más amplio. Esto no le quita ni un ápice de responsabilidad a lo institucional, pero sí lleva la responsabilidad a un lugar más amplio, en el que todas tenemos que formar parte. Aquí se sitúa el llamado fundamental a que los hombres también entren en este terreno; a que entren de pleno y no solo en la parte más amable o bonita de los cuidados o la que menos choca con otras dimensiones de su vida.
Creo que estamos intentando hacer esa construcción de una idea de responsabilidad colectiva amplia. Estamos preguntándonos qué parte toca a cada quien y qué estructura socioeconómica necesitamos para hacerla posible. Esa estructura no puede girar en torno a los hogares fortaleza que funcionan ahora, cada cual encerrada en su casa. No puede darse en unas ciudades que son hostiles con la vida. No puede construirse en el marco de una sociedad que mueve todos sus tiempos en torno a las necesidades del mercado. No puede existir en una sociedad que destruye la tierra en la que vivimos y nos enferma.
B. Z.: La responsabilidad del Estado y de las Administraciones en lo referente a los servicios de cuidados públicos abarca una parte importante de sus políticas públicas. Pero, de pronto, el Estado ha empezado a implementar medidas de conciliación y, para hacer factible, especialmente a las mujeres, el trabajar de forma remunerada y el asumir los trabajos de cuidados. Tengo una sensación de conciliación trampa, que además está ensanchando las fracturas entre mujeres, pues, las más precarizadas y alejadas de los contratos regulados, ni siquiera huelen nada que tenga que ver con esta pretendida conciliación.
A. P. O.: Efectivamente, la conciliación es un discurso trampa. Solemos decir a veces que la conciliación es mentira: no se pueden conciliar las necesidades del capital con las necesidades de la vida de la gente. Hay muchas deficiencias en todo lo que llaman medidas de conciliación. De manera clave, son medidas que se articulan en su inmensa mayoría en torno al trabajo formal, sobre todo, al trabajo por cuenta ajena, llegando menos al trabajo por cuenta propia. Por eso, afecta solo a una determinada parte de la población trabajadora, que cada vez es menor, en el marco de un proceso de precarización laboral total y donde hay mucha gente que es ciudadana sin derechos, personas migradas en situación irregular.
Tiene otro problema, y es que se enfocan principalmente en las mujeres. La idea es que quienes están ya en el mercado y tienen responsabilidades de cuidados no mueran en el intento, por decirlo de alguna manera. Y, por último, al final la conciliación laboral/familiar lo que hace es intentar crear una apariencia de paz social, de que se pueden compatibilizar las necesidades de los ritmos de producción del capital con los ritmos de la vida misma.
Conociendo todas estas deficiencias, y sabiendo que es imprescindible tenerlas siempre en mente, planteo que, al mismo tiempo, se puede hacer una lucha por mejorar las medidas de conciliación en clave de saber que le estamos arrancando -por decirlo de alguna forma- trocitos de vida al capital. Se trata de exigir derechos de conciliación como parte de una lucha más amplia contra la preeminencia de la lógica de acumulación del capital. No desde la lógica de que son beneficiosas tanto para la empresa como para la gente (trabajadores y, sobre todo, trabajadoras más contentas, rinden más). Es una lucha, también, contra la lógica de los tiempos de trabajo, de los tiempos sociales en un sentido amplio. Desde ahí yo creo que tienen interés las medidas de conciliación, pero desde ahí solo. En ningún caso como eje de central de nuestra lucha de los cuidados.
Por otro lado, se ha pasado de la idea de conciliación a la de corresponsabilidad. Con este cambio se ha intentado señalar a los hombres: no son las mujeres las que tienen un problema de conciliación, sino que todas y todos debemos responsabilizarnos. Hasta ahí, bien; pero el discurso de la corresponsabilidad que más se ha extendido me parece que tiene un problema enorme cuando dice que debemos ser corresponsables mujeres, hombres, empresas y Estado. Claro que las empresas tienen que ser responsables; pero hacerlas responsables significa que vayan dejando de ser empresas con ánimo de lucro. Hay que preguntarse qué es responsabilidad empresarial. Exigir corresponsabilidad a las empresas no es promover que haya más empresas que ofrezcan servicios de cuidados, ni que las empresas pongan en marcha servicios de conciliación, que les mejoran también sus propios procesos productivos porque la plantilla funciona mejor. Responsabilidad empresarial es que las empresas paguen por la reproducción de la mano de obra; que paguen en términos de costos en cotizaciones a la Seguridad Social, y en términos de organizar tiempos y espacios de trabajo en función de las necesidades de la plantilla y no de las suyas propias. Eso es obligarles a ser responsables. Pero no es la idea bonita de responsabilidad de que todo el mundo nos vamos a poner de acuerdo. Hay trampas enormes tanto en el discurso de la conciliación como en el de la corresponsabilidad. Desde los feminismos tenemos que señalar ambas cosas, exigiendo al mismo tiempo, insisto, derechos de conciliación que arrancan trozos de vida al capital; exigiendo corresponsabilidad; y exigiendo responsabilidad empresarial en términos de poner fronteras a la voracidad de la lógica de acumulación.
B. Z.: Has mencionado la corresponsabilidad de los hombres en los cuidados. También está la de las familias, en el sentido de las abuelas y abuelos, que cuidan un montón de horas, especialmente a criaturas menores o con dificultades. Pero no todo son horas de trabajo, pues cada vez más sigilosamente se están introduciendo ayudas económicas, traduciendo el cuidado a dinero. Y al mismo tiempo aparece mucho la familia legalmente reconocida. ¿Qué reflexión harías sobre este entramado familiar y a la vez institucional?
A. P. O.: Parece que lo que no tenemos muy claro es cuáles son las responsabilidades, de quién son hoy, y de quién consideramos que deberían ser. Pensemos en distintas situaciones. Empezando por las personas mayores: ¿de quién es responsabilidad cuidar a una persona mayor que no se vale por sí misma? ¿De su familia legalmente constituida? Cuidar a personas ascendientes no tiene que ser una responsabilidad de cada persona como tal, sino que tiene que ser una responsabilidad pública y colectiva. Si tú no quieres cuidar a tu madre, debe haber una responsabilidad pública. Y, si quieres cuidarla, tienes que poder hacerlo en buenas condiciones, con apoyo público para que no sea un cuidado que recaiga solo en ti, que no sea una disyuntiva entre estar en una residencia o que recaiga por completo en tus manos. Puede haber otra serie de apoyos, donde la responsabilidad esté más compartida y la realidad sea más vivible.
En cambio, sobre hijos e hijas, creo que sí hay mayor nivel de responsabilidad; al fin y al cabo, has decidido ser madre o padre. Lo que no puede ser es que uses servicios públicos para construir una vida enteramente vertebrada por el curro, contratando individualmente a una trabajadora de hogar para todo lo que no te venga muy bien y donde no lleguen esos servicios. Ahí más bien lo que hay que exigir son medidas que permitan una mayor flexibilidad vital, sobre todo en relación a los ritmos de curro; exigir ciudades más vivibles y espacios más compartidos para cuidar a menores en unas condiciones que sean más vivibles.
Todo eso son apuntes muy preliminares. No tenemos claro quién es responsable de qué, y en ese sentido no tenemos tampoco claro cuáles son el conjunto de servicios públicos, de espacios colectivos y comunitarios y de medidas de apoyo que reivindicamos.
Hay responsabilidades que recaen en el núcleo doméstico (lo nombro así, distinguiéndolo de la familia, porque una cosa es el núcleo doméstico y otra cosa es la familia heteropatriarcal que tenemos heredada). Hay un nivel de responsabilidad que está en lo cercano y en las redes de convivencia. No puedes exigir que nadie venga a limpiar tu casa o hacerte la comida; tampoco un nivel salarial que te permita subcontratar ese trabajo. Pero sí podemos exigir apoyos públicos para condiciones materiales de vida garantizadas, y una reconstrucción del tejido colectivo para que la vida cotidiana pueda funcionar sin tener una esclava metida en casa.
En ese sentido tenemos que distinguir medidas que refuerzan la familia heteropatriarcal, movida por una lógica familista y una ética reaccionaria del cuidado, de medidas que ayudan a construir núcleos de convivencia que pueden ser a la par libremente elegidos y comprometidos, con una distribución interna justa de los cuidados. En el primer tipo podemos incluir la prestación por cuidados no profesionales en el entorno familiar que creó la mal llamada ley de dependencia: aquella que daba dos duros por cuidar 24 horas 365 días al año en casa, y que supuestamente iba a conllevar también reconocimiento en clave de Seguridad Social. En el segundo tipo podemos meter, por ejemplo, la ampliación de las posibilidades de filiación de menores, para que no tengan un máximo de dos progenitores, sino que pudiera haber más figuras cuidadoras con una serie de derechos reconocidos. Cuando hablamos de ampliar las fronteras de la filiación, atacamos a la familia nuclear radiactiva. También lo hacemos al reivindicar vínculogramas; esta propuesta supone que puedas reconocer una red de personas con las que tienes relaciones significativas y con las que asumes responsabilidades de cuidados, permitiendo incluir en esta red a personas que no forman parte de la familia de sangre o de la familia hasta ahora legalmente reconocida.
Pienso que todas esas medidas parten de reconocer que en la cercanía tenemos niveles de responsabilidad y, al mismo tiempo, atacan a la familia convencional: Son diferentes a las medidas que se quedan metidas en el cajón de la familia nuclear-radiactiva, puesta a su vez al servicio de una estructura socioeconómica que se vertebra en torno a las necesidades de mercado.
Cómo distinguir unas de otras es la tarea que tenemos ahora enfrente. El que las abuelas coticen por cuidar a menores, a bote pronto me parece que es una de las que refuerzan la familia nuclear radiactiva, sostén de una vida construida en torno a los mercados. Sin embargo, ampliar la filiación de menores o habilitar los vínculogramas atacaría el núcleo duro de lo que pensamos que es la familia.
En todo esto también hay fuertes implicaciones de clase. No todo el mundo tenemos acceso a las mismas posibilidades para intentar conciliar; las estrategias de cuidados están marcadas por la clase. Lo que se da es una segmentación en las formas de cuidado y unas son mucho más satisfactorias y otras. El papel de las abuelas siempre ha sido una estrategia de la clase trabajadora para conciliar lo irreconciliable. Quien tenía dinero tendía a contratar, a externalizar ese cuidado. Hoy día el papel de las abuelas se está reforzando (en otras palabras, se está extendiendo el uso de esta estrategia de redistribución intergeneracional) porque estamos en un proceso de precarización que nos vuelve a hacer patente que, aunque mucha gente nos hemos creído clase media y hemos intentado vivir como tal, somos clase trabajadora.
B. Z.: Sin duda, y, en principio, creo que en esto no hay debate: la asunción de los cuidados está atravesada por la clase, y desde hace algún tiempo, y aquí, por las mujeres migrantes y por las racializadas. Otra cosa sería ver cuánto y cómo atraviesa y cuáles son las medidas que se pueden tomar para que afecten positivamente y de forma especial a las mujeres que se dicen en situación de mayor vulnerabilidad. Pero en todo caso, el asunto de los cuidados pasa por los servicios públicos. Y en esto, la privatización y precarización de los servicios está poniendo en cuestión el propio servicio público. ¿Se puede regenerar, o se puede volver a aquello que se llamó Estado del bienestar, aunque muy incipiente y débil? ¿Planteamos una defensa a ultranza de lo público, aun sabiendo de sus muchas deficiencias?
A. P. O.: Yo creo que no podemos renunciar a una defensa férrea de lo público. Ni un solo recorte más en lo público que hay, y ampliación de lo público llegando a lo que nos han quitado (lo privatizado) y también a donde no ha llegado nunca lo público. No podemos renunciar a esa idea política fuerte, aunque esa idea política se enfrente a muchas dificultades. Debemos ver cómo lo hacemos, pero no podemos perder oportunidades.
Sin embargo, las perdemos… Sin duda, después de la pandemia se perdió una oportunidad enorme de cuestionar algo tan básico como las residencias de personas mayores, gestionadas por fondos buitres o por grandes empresas, en las que sucedieron verdaderas violaciones de los derechos humanos, a la par que se produjo una importante pérdida o violación de los derechos laborales para las trabajadoras. La pregunta que hay que hacer es cómo hemos perdido esa oportunidad de señalar algo que era tan obvio y tan fácilmente denunciable incluso para un sentido común buenista. Parecía relativamente fácil que hubiera una presión social muy fuerte en clave de denuncia de lo que había pasado. Y desde ahí recomponer unos mínimos. No hablo de que hubiera una amplia exigencia de volver público todo lo que está privatizado. Pero sí al menos que colectivamente hubiéramos exigido imponer límites a las empresas que siguen haciendo beneficios desde el trato más inhumano a la gente a la que están supuestamente cuidando. O haber mejorado mínimamente los derechos laborales de aquella a quienes aplaudíamos desde los balcones diciendo que eran esenciales. No hemos hecho nada de eso. Me preocupa realmente. Se ve claramente la poca fuerza política que tenemos. Aun así, creo que hay que no renunciar a exigir por esta vía de lo público.
Quizá hay que ir trabajando en claves estratégicas. Podemos empezar por poner coto a los capitales más grandes y voraces. Por ejemplo, impedir la subcontratación de servicios a empresas que se dediquen un poco a todo y que no tengan los cuidados como su eje absolutamente vertebrador. O ir contra los fondos buitres directamente, que no puedan licitar en la contratación de servicios. O mejorar los pliegos de contratación, introduciendo cambios, que den menos importancia al presupuesto y que pongan muchas más condiciones en clave de la calidad de los servicios y de los empleos. O apostar por la inspección, dado que muchas veces se está incumpliendo la legalidad porque no hay inspecciones suficientes en los servicios públicos que están privatizados. Quizá todo esto podría ser un comienzo, muy lejos aún de la vuelta de lo privatizado a las manos de lo público, que yo creo que tendría que ser lo que teníamos que exigir.
Otra cosa que creo es clave es dejar de seguir en la línea de dar ayudas monetarias para que la gente contrate servicios privados. En lugar de poner servicios, como plazas de residencia, se recurre a dar un dinero para que la gente se contrate su residencia. Esta tendencia cada vez mayor a sustituir servicios por prestaciones monetarias hay que frenarla.
En el ámbito municipal considero que hay una mayor capacidad de exigir la remunicipalización, aunque podamos entenderla de maneras diversas. A lo mejor el servicio de ayuda a domicilio no tiene que ser algo en manos del propio Ayuntamiento, pero sí en manos de cooperativas pequeñas del propio municipio. Por ejemplo, zonificando la asistencia por barrios pequeños se pueden poner en marcha otras experiencias de corte público-comunitarias o público-cooperativas. Hay una diversidad de formas muy amplia para intentar hacerlo, pero siempre desde esa idea fuerte de que los cuidados no pueden ser un negocio.
B. Z.: Y ya como última cuestión que está apareciendo muy fuerte en los debates y en las exigencias: qué me dices del concepto público comunitario. ¿Se entiende esta expresión? No se si desde los feminismos todas estamos hablando de los mismo o hay que matizar y aclarar un poquito más.
A. P. O.: Pienso que la idea de lo público-comunitario tiene mucha potencia, por lo que no hay que renunciar a ella. Pero sí que hay que llenarla de contenido, porque, si no, nos la llenan. Recuerdo ya hace años que Ana Botella planteaba que las bibliotecas públicas en Madrid las llevara gente voluntaria. Ojo con que pretendan llevarnos a un público-comunitario en clave Ana Botella o PNV. Efectivamente, si no llenamos nosotras de contenido el concepto, nos lo van a llenar de uno que, en última instancia, significa desresponsabilización del Estado en una parte, al mismo tiempo que lo que sigue estando financiado por el Estado es negocio para las grandes empresas.
Lo que está tratando de hacer es definir cuáles serían los contenidos, los elementos básicos. A mi manera de ver, la idea de público-comunitario lo que hace es reivindicar una responsabilidad pública, pero cuestionando lo público que hay hoy en dos líneas. Por un lado, denunciando que lo público cada vez es menos público y es más privado-mercantil, con ánimo de lucro. Se cuestiona la lógica de privatización de lo público. Y por otro lado, lo público ha arrastrado problemas históricos ligados a tener estructuras muy centralizadas y homogeneizadoras, muy poco democráticas y transparentes; y a basarse en una lógica clientelar y burocrática de ofrecer servicios, sí, pero en clave de anular a la persona que recibe los servicios y de considerarla como un número, digamos. Esta lógica responde muy poco a elementos que están en el centro de las relaciones de cuidados, que tienen que ver con que las vidas son impredecibles, son diversas, son únicas, y no se pueden poner al amparo de un protocolo que siempre funcione igual.
Con este planteamiento que reivindica lo público, se cuestiona su tendencia privatizadora a la par que se cuestionan problemas históricos que lo público ha arrastrado y que hacen que lo público construya muy poca ciudadanía.
El otro gran elemento que plantea lo público-comunitario es que no se trata solo de “yo no lo hago, que lo haga el Estado”, sino que el cuidado es una responsabilidad que nos tiene que atravesar a todo el conjunto social. La cuestión es ver qué responsabilidades concretas tienen que estar en qué lugares concretos y cómo tiene que existir siempre una malla social, una especia de nivel por debajo de todo, que haga que no estés al final dependiendo únicamente de los recursos privados que tú tienes.
La idea de lo público-comunitario, por un lado, tiene esa defensa crítica de lo público y, por otro, cuestiona la tendencia a decir que la responsabilidad no tiene que ser mía, ni nuestra, sino que tiene que estar fuera. Frente al “si yo puedo no lo hago, que lo haga otra gente” (tendencia muy marcada por la clase), lo que plantea es cómo reconstruir todo el tejido socioeconómico para que la responsabilidad sea compartida, tanto de las instituciones como de la gente. Pero de toda la gente. Este sería el tercer elemento: lo público-comunitario pone también a los hombres en el centro. Los cuidados tienen que ser una cuestión de todo el mundo.
En última instancia, se está hablando de pasar a vidas menos individualizadas, menos metidas cada una en nuestra casa fortaleza. Queremos pensar la vida de una manera distinta, más relacional. Por todas esas vías yo creo que es muy interesante lo público-comunitario, porque cuestiona y va más allá de lo que era el esquema clásico: tenemos familia, mercado y estado. Hay que desfamiliarizar y desmercantilizar y ponerlo bajo el amparo del Estado. Así se plantea que hay que estallar las empresas, estallar los límites de la familia y estallar los límites de lo público encorsetado. Creo que este discurso es muy potente.
Amaia Pérez Orozco es economista feminista. Forma parte de diversos colectivos y procesos, entre ellos, Colectiva XXK y Talaia Feminista. Tras muchos años en Madrid actualmente reside en Bilbo. Destacamos de su extensa obra de pensamiento crítico feminista dos títulos importantes: Subversión de la Economía Feminista. Aportes para una debate sobre el conflicto Capital-Vida (Traficantes de sueños, 2014) y el capítulo “Del trabajo doméstico al trabajo de cuidados”en el libro colectivo Con voz propia. La economía feminista como apuesta teórica y política, coordinado por Cristina Carrasco (viento sur y Oveja Roja, 2014). Diez años más tarde de la edición de estos dos libros, la autora nos pone al día de los debates y conceptualizaciones más candentes dentro del feminismo en torno al extenso y polisémico término de los cuidados.
Notas
[1] En el libro colectivoTransformaciones del trabajo desde una perspectiva feminista, (Tierradenadie, 2006)