Una de las frases hechas más populares para hablar sobre la ingenuidad o el voluntarismo hace referencia a la construcción de castillos en el aire. Siempre que oigo estas afirmaciones me acuerdo de las collas castelleras, que entrenan por toda Cataluña para levantar torres humanas que desafían a la ley de la gravedad. Castillos en el aire cuyos cimientos son enormes ejercicios de cooperación social.
Cuando un castell se derrumba, la mayor parte del impacto es absorbido por la inmensa pinya de gente que lo sostiene. Los accidentes rara vez son graves debido a la experiencia y el colchón humano que cuida colectivamente de quienes se alzan hacia el cielo. Estas asociaciones se agrupan bajo el lema Fuerza, equilibrio, valor y cordura; valores que también podrían aplicarse a la hora de enfrentar la crisis ecosocial.
Habitamos una realidad plagada de incertidumbres pero nos negamos a asumir la certeza, no muy agradable, de que la evidencia científica no nos garantiza que viviremos con menos recursos y energía disponibles, en contextos ambientalmente más hostiles. Las ciudades aparentan autosuficiencia y tratan de eludir que van a verse profundamente afectadas por estos procesos, aunque sepan que inevitablemente están destinadas a acometer profundas transformaciones para adaptarse.
¿Qué hacemos ante la ausencia de una conversación pública, la indeterminación política y la sensación de impotencia? ¿Por qué asumimos con normalidad que en nuestro país el 20% más rico acapare el triple de ayudas energéticas que los grupos sociales precarizados? ¿Por qué las ayudas a la transición energética se diseñan sin contemplar criterios redistributivos? ¿Cómo abordamos la intuición de quienes habitan los barrios empobrecidos de que nuevamente serán los perdedores en las transiciones urbanas?
Esperar no parece una opción muy sensata, así que desde los tejidos vecinales y de la economía solidaria nos hemos lanzado a explorar una hipótesis. Y es que trabajando a escala de bloques de vivienda y comunidades de propietarios podemos simultáneamente ahorrar dinero, reducir impactos y mejorar la calidad de vida de la gente. No se trata de un romanticismo ingenuo ante relaciones vecinales que muchas veces están llenas de dinámicas viciadas y conflictos enquistados. Los bloques de viviendas, como la gestión de todo recurso compartido, implica compromisos y obligaciones colectivas. Así que lo más difícil y lo más importante es convertir unidades de convivencia forzada en comunidades que recuperen lo colectivo y entiendan la cooperación social como su principal factor de resiliencia.
Mi casa es mi castillo, afirmó Edward Coke, a finales del siglo XV, para defender la potestad del señor de una casa para no dejar entrar a los hombres del rey sin una causa legalmente justificada. Una forma de revindicar cierta autonomía de lo doméstico y lo comunitario. Nuestros barrios están llenos de castillos de ladrillo, cuyos habitantes deben entender que los cimientos que les van a permitir enfrentar las crisis por llegar no son de hormigón armado, sino de cooperación social como en los castells.
Bloques en Transición es un proyecto en el madrileño del barrio de Vallecas, orientado a trasladar la agenda de la transición justa a la ciudad consolidada y las periferias urbanas. Impulsado por el Grupo Cooperativo Tangente y la Asociación Vecinal de Palomeras Bajas, se basa en acompañar a comunidades de propietarios para que impulsen cambios arquitectónicos y tecnológicos en los edificios (autoconsumo colectivo de energías renovables, rehabilitación energética, adaptación climática de zonas comunes, jardinería vecinal, reutilización objetos…), así como en los estilos de vida y la forma de organizarse de sus habitantes (aumentar dinámicas de ayuda mutua y cuidados, patrones de movilidad o alimentación…).
Todo este trabajo se realiza desde la Oficina Ciudadana de Transición Justa, cuya actividad consiste en acompañar a las comunidades en estos procesos de cambio, estableciendo relaciones de confianza, reduciendo las reticencias o la incomprensión inicial de quienes administran las fincas. También se genera una agenda de actividades gratuitas de formación y sensibilización, que van desde aspectos como interpretar la factura de la luz a la tramitación del bono social, de recomendaciones para impulsar instalaciones de autoconsumo colectivo de energías renovables a las ayudas a la rehabilitación energética, de las redes vecinales de cuidados a los grupos de consumo o la movilidad sostenible. Y, además, se brindan oportunidades para conocer de primera mano iniciativas vecinales de éxito como el barrio solar de Rivas Vaciamadrid impulsado por la cooperativa La Pablo Renovable o la rehabilitación energética del Poblado Dirigido de Orcasitas impulsado por la asociación vecinal. Más que las buenas ideas, inspiran los buenos ejemplos.
Las comunidades escogen, dentro de un catálogo que se les oferta, aquellas iniciativas que quieren impulsar en los bloques, lo que permite avanzar desde cuestiones concretas hacia abordajes más integrales. Así se garantiza que el proceso se adapta a sus necesidades y podemos ir pactando el acompañamiento, así como el destino de pequeñas inversiones del proyecto en el edificio, entendidas como fórmula de incentivar el compromiso y acelerar los cambios.
El balance del primer año y medio es muy positivo, pues se ha colaborado con una veintena de comunidades de propietarios, que representan a más de mil viviendas, y se han lanzado cuatro proyectos de acompañamiento sostenidos en el tiempo que están dando sus frutos. Arrancamos en un periodo marcado por la inflación y la subida de precios de la energía, así que esta temática ha sido la más atractiva inicialmente, para posteriormente ir incorporando otros temas como la necesidad de los cuidados dentro de los bloques y la generación de dinámicas de ayuda mutua vecinal, especialmente en aquellos donde vive gente más mayor.
Asimismo, se realizan actividades comunitarias que permitan reforzar estas cuestiones en la agenda del tejido social local. Entre estas acciones destaca la colaboración con distintos colegios públicos de la zona de cara a coordinar un plan para instalar placas solares, presionar a la administración para que adapte los edificios ante las olas de calor y se renaturalicen los patios escolares.
Mientras hay quienes disponen de su cuenta corriente para financiar el cambio y adaptarse a las nuevas realidades climáticas, otros grupos solo van a contar con su capacidad para cooperar. Proyectos como Bloques en Transición y herramientas como la Oficina de Ciudadana de Transición Justa son imprescindibles si queremos democratizar el acceso a las ayudas públicas; acercarlas allí donde no se conocen, asesorar para disminuir los miedos, así como facilitar su tramitación. Y eso asumiendo que el propio diseño y las exigencias de partida dejan fuera a quienes más las necesitan (demandas de cofinanciación, retrasos en el pago de ayudas, la necesidad de adelantar inversiones, bloques donde residen mayormente inquilinos…).
De forma invisible y fuera del radar, como cantaba Kiko Veneno, en los sótanos se entrenan superhéroes de barrio capaces de enfrentar cualquier desafío.
Foto: Felvalen