De Antonela Tossici y Noelia Sotus, partenecientes a la Fundació Pare Manel y a la Cooperativa Etcèteres, que acompañan a la Xarxa de Dones Cosidores (Red de Mujeres Costureras) un proyecto formado por siete grupos de mujeres con emprendimientos económicos. Publicado en nuestro blog en El Salto.

Frecuentemente hablamos de “minorías” como si fuera un todo. Pero es importante conocer la diversidad que engloba el término para entender cuáles son las múltiples opresiones que atraviesan a estas personas y cómo se traducen a capacidades o dificultades para establecer relaciones de cooperación con otras:

Diversidad de origen: Personas atravesando o que han sufrido duelos migratorios. Personas que no tienen resuelta su red de apoyo a la crianza o de los cuidados. Personas que viven el racismo constante tanto a su cultura como a ellas mismas, hecho que impide una participación activa en redes de apoyo, en la escuela de sus hijos e hijas, en el trabajo, etc.
Diversidad cultural: Las matrices de pensamiento elaboradas en cada uno de los contextos de origen son diferentes y muchas veces contrapuestas. La visión “del otro” es diferente para cada persona cuando el grupo es de orígenes diversos.
Salud mental, enfermedades crónicas y discapacidades: El sistema capacitista en el cual vivimos facilita la discriminación y el rechazo hacia las personas que sufren problemas de salud mental o cualquier otra enfermedad crónica. Muchas veces los propios integrantes rechazan la diversidad funcional dentro del grupo, producto de una discriminación histórica que se hace a personas con alguna enfermedad, cosa que también reproduce el mercado ordinario que excluye a las personas “no productivas” según su comprensión de la productividad.
Edad y edadismo: Esta discriminación, cada vez más visible a causa de la necesidad de trabajar durante más años antes de una jubilación, es una dificultad que sufren mucho más las mujeres, que acabando su periodo de crianza el mercado les dice que ya no son productivas, atractivas ni útiles para tener una economía propia o hacer una carrera profesional.
Necesidades básicas no cubiertas: Con el agravamiento de la pobreza durante y después de la Covid_19, se ha disparado la cantidad de personas con necesidades básicas no cubiertas como por ejemplo el alimento y la vivienda.
Víctimas de violencias, persecuciones, violencias estructurales y o machistas: Personas han sufrido o están sufriendo diferentes violencias, que muchas veces se esconden hacia un grupo. Estas violencias determinan la manera en que las personas se relacionan, confían y se implican en el colectivo.
Barrera idiomática, analfabetismo y brecha digital: Estas son las más visibles dentro de un grupo diverso, pero que si no se trabajan pueden marcar posibles jerarquías dentro de un grupo e incluso acabar excluyendo a las personas que necesitan traducción o una explicación más detallada de los que se ha dicho o presentan dificultades en el acceso a la información digital. Estas personas muchas veces son acusadas de no querer participar activamente, de no seguir el ritmo por perezosas o inútiles.

Diversidad e inclusión en la Economía Social y Solidaria

Todas estas iniciativas que padecen la desigualdad que proporciona el mercado capitalista, encuentran en la economía social y solidaria una serie de principios y una manera de organizarse, priorizando su bienestar muy funcional. En muchos casos estas iniciativas colectivas son producto de una dolencia en común y no siempre de una intención política por trabajar juntas o tener el control de los medios de producción. Son grupos diversos que por definición, han quedado excluidos del mercado capitalista, capacitista y racista.

Si bien este tipo de organizaciones que conforman las “minorías” de la ESS tienen aún escasa representación dentro del ecosistema de la Economía Social y Solidaria, sus experiencias son la prueba de que los valores que proporciona este sector son replicables en grupos diversos de la sociedad y sostenibles en el tiempo. Otra característica interesante de esta minoría es que aporta la mano de obra para la manufactura de productos, ámbito que completaría el mercado social, esenciales para una propuesta económica de cara una transición ecosocial y que no tiene aún tanta visibilidad en los informes anuales.

Cada colectivo ha ido encontrando en este marco respuestas a sus necesidades comunes para tener ingresos, un trabajo digno o luchar por sus derechos. En este sentido, encontramos organizaciones informales de base, de plataformas de soporte mutuo y denuncia, de emprendimientos colectivos y comunitarios, de asociaciones, cooperativas, empresas de inserción, centros especiales de trabajo, fundaciones, etc. Todas estas formas de organización tienen más o menos intervención técnica, más o menos intervención de la administración pública, etc. Algunos de estos grupos son ya conocidos. Conocemos, por ejemplo, el trabajo y la articulación de Las KellysSindillar (Sindihogar)Colectivo de Prostitutas de Sevilla, etc.

Un paso más en la formalización es la creación de asociaciones donde, como todo el movimiento asociativo que la lucha por los derechos de las personas y familiares, destacamos las que agrupan problemas de salud mental como AFES Salud Mental, o los creados por las propias personas con experiencia propia como Activament y Radio Nikosia en CataluñaOrgullo Loco de Madrid y Hierbabuena de Asturias.

Los proyectos que conocemos con un grado más sólido de consolidación en la economía social y solidaria, que han tomado la forma cooperativa o bien, que tienen entre sus objetivos la producción o el autoempleo, han sido proyectos que, o bien, han requerido de tiempo por parte que los han creado, cómo es el caso de Mujeres Pa’lante, en Cataluña, o bien, han nacido siendo pensados por personas que tienen sus no padecen las desigualdades del colectivo, y que, desde un rol técnico y con apoyo de la administración pública o fondos privados, impulsan este tipo de proyectos de inclusión laboral basados en la emprendeduría colectiva. Si ampliamos la mirada internacional, tenemos el ejemplo ilustrativo de la Cooperativa Sociale Agropolis Onlus, ubicada en la región de la Campania, en Italia. Esta cooperativa ha creado un ecosistema propio de cooperativas de producción de alimentos, música, vino, etc. para dar trabajo, techo y afecto (los tres pilares para la recuperación, según su metodología) a personas con problemas de salud mental graves o autismo. Su fórmula se basa en crear equipos mixtos (una persona con problema de salud mental y una sin) con fondos públicos y con bienes confiscados a la mafia.

Si miramos esta fórmula, nos puede recordar a otros proyectos de nuestro territorio, en que un equipo técnico acompaña a un grupo de personas en situación de exclusión a la creación de una cooperativa de trabajo. Pero algo pasa cuando miramos hacia lo nuestro: resulta que pensamos que esta fórmula no es suficientemente buena para ser economía social y solidaria. Si el proyecto no termina siendo una cooperativa autónoma (productiva y económicamente viable) y con un autogobierno de las propias personas “incluidas”, no lo miramos como un agente más de la economía social. Y desde aquí, te preguntamos lectora, lector: ¿cómo miramos a las organizaciones practican la ESS pero no toman el total de las decisiones ni tienen el control total de los medios de producción? Las consideramos economía social y solidaria? ¿O son fórmulas menos válidas?

Hablaremos de éstos y otros interrogantes este Idearia 2024, encuentro bienal de la Economía Solidaria que tendrá lugar del 4 al 6 de mayo en Las Palmas de Gran Canaria. Pese a que alertamos sobre el riesgo que conlleva hacer un apartado de “excluidas” en lugar de integrar esta diversidad en todos los ámbitos de debate, consideramos que es una oportunidad para pensarnos como ecosistema y comenzar a trabajar en medidas para la visibilización de estas iniciativas que ya existen en todo el Estado español.